8 de mayo de 2019

Fichar en la empresa: ¿volvemos al Pleistoceno?

Reloj de fichar.  Museo de Siglujfördur, Islandia
Cuando era más joven trabajé en una gran empresa que obligaba a fichar a sus trabajadores. Yo compartía un despacho con tres  jóvenes más, y también tareas muy poco cualificadas.  Nos convertimos en un equipo compacto que aportaba penas, alegrías y muchas ganas de vivir.  Buscábamos siempre la forma más lúdica de llevar a cabo nuestras tareas rutinarias y no perdíamos ocasión de organizar algún juego o actividad que iluminase un poco nuestros grises días de chupatintas.

Todas vivíamos lejos del trabajo y eso nos obligaba a madrugar muchísimo, porque el retraso a la hora de entrar se penalizaba económicamente.  Eso sí, los jefes que nos rodeaban estaban exonerados  de fichar, nadie se preocupaba de la hora en que entraban o salían del trabajo.

Y enseguida nos dimos cuenta de que la humillante tarea de fichar cada mañana  podría convertirse en un motivo de juego y burla encubierta hacia aquella disposición tan injusta.  De modo que, a lo largo de un mes aproximadamente, las cuatro habíamos perdido sin saber cómo nuestra tarjeta de fichar.  El Departamento de Personal (así se llamaba entonces) nos contemplaba con recelo pero no tenía otro remedio que hacer  un  duplicado si quería que la trabajadora siguiera fichando cada día.

De forma que enseguida conseguimos tener todas un duplicado de nuestra ficha.  Los cuatro duplicados eran escondidos en un lugar recóndito, al que cada mañana accedía la primera de las cuatro que llegaba al trabajo y se encargaba de fichar por las otras tres con los correspondientes minutos de diferencia entre fichaje y fichaje para que no se viera que habíamos llegado todas a la vez.

Quién llegaba la primera cada semana era algo que teníamos magníficamente organizado en función de las actividades extralaborales de cada una de nosotras, claro, y  siempre llegaba unos diez minutos antes de la hora oficial de entrada para asegurarse de que  no habría moros en la costa en el momento de fichar.  Y nunca los hubo.  Los  demás trabajadores que fichaban en nuestro reloj llegaban justo a su hora (más tarde que nuestra avanzadilla), nuestros jefes siempre llegaban una hora más tarde como mínimo, y los empleados del Departamento de Personal recelaban pero nunca se molestaron en madrugar para pillarnos con las manos en la masa; supongo que debido a una mezcla de pereza y de diversión por lo que suponían que estábamos haciendo.

Al fin y al cabo, ellos eran responsables de contar el número de horas de cada trabajador de acuerdo con lo que decía su ficha, no de vigilar cómo se llevaba a cabo el procedimiento. (Y nosotras lo sabíamos 😈).

Esta burla a la normativa vigente podía realizarse porque se daban dos circunstancias a la vez:  tareas aburridas y control  estricto para los trabajadores no cualificados, confianza y laxitud para los jefes.  Los nuestros podían vivir tranquilos, sin tener que preocuparse por nuestros horarios:  nuestro trabajo siempre estaba listo en tiempo y forma, como se decía entonces.

Este recuerdo viene a colación porque tengo la impresión de que estamos regresando al Pleistoceno: el gobierno ha dispuesto que todos los trabajadores tienen que fichar,  oficialmente para combatir la precariedad laboral aunque se puede colegir que también  va a servir para  controlar las horas extraordinarias no cotizadas a la Seguridad Social.

Es como si regresáramos a los coches de caballos para disminuir la contaminación del aire en las ciudades:  todo más lento y lleno de bosta, ¿es esa la solución?


Tendremos a todo el mundo controlado y realizando sus ocho horas diarias - al menos aparentemente - pero no supone en absoluto una mejora social: te dejo aquí un interesante artículo publicado en The Conversation  que se plantea qué ocurrirá con los horarios flexibles, el teletrabajo y otras medidas punteras en las que varios países europeos nos llevan una ventaja escandalosa.

El artículo cita a vuela pluma consecuencias como desmotivación, pérdida del sentido de pertenencia, escasa fidelización y pérdida de inversiones realizadas en las personas.  Y todas estas consecuencias repercuten directamente en la cuenta de resultados de las empresas, porque si los empleados no están comprometidos y satisfechos es francamente difícil que los stakeholders se sientan bien atendidos... y decidan relacionarse con otras empresas que puedan satisfacerlos de acuerdo con sus expectativas.

Hay otra consecuencia que no es evidente a primera vista:  cuando una empresa pierde la confianza de clientes y proveedores se encuentra ante tal cúmulo de dificultades que muy a menudo necesita reducir su plantilla, cuando no cerrar el negocio.  Y  ocurre en muchísimas empresas, sobre todo pymes. ¿Eso contribuirá a reducir la precariedad laboral? Cuando hay más personas en paro, ¿consigue la Administración recaudar más impuestos sobre el trabajo?

Es difícil comprender por qué se ha decidido regular el registro de jornada, pero temo que esa decisión se basa en la teoría X de McGregor ... en pleno siglo XXI.

Si queremos estar en el grupo avanzado de los países europeos tenemos que contemplar a la sociedad desde otro ángulo muy diferente, poniendo el foco en la ética, el compromiso y las relaciones de beneficio mutuo. Porque tratar a todo el mundo como si fuese incapaz o tramposo no nos llevará muy lejos.

¿Tines dos minutos más para leer algo relacionado con el planteamiento que propongo?

¿3 días de trabajo semanales? Sí, con valores