¡Qué alegría! Mi amigo Valentín Colomer , con la generosidad que le caracteriza, me ha puesto un comentario en el artículo Ética para robots , cosa que le agradezco sobremanera porque aprecio mucho las opiniones de personas inteligentes y sensatas como él. Y además me ha dejado un precioso decálogo que me apresuro a explotar. Gracias, Valentín, por los dos regalos :-)
(Nota previa: este artículo me ha salido un pelín largo, así como para leer durante todas las vacaciones; de un tirón si eres perseverante; o en diagonal, o solo un trozo, incluso cabe la posibilidad de que no lo leas. En cualquier caso, gracias por estar ahí).
Diez derechos de los seres humanos auténticos
1. Derecho a pensar de manera propia y diferente a los
demás
Decía Walter Lippmann: "donde todos piensan igual, ninguno piensa mucho". Y eso es cierto en cualquier ámbito, porque en el trabajo no se puede conseguir innovar, hacer bien las cosas, establecer programas de mejora continua, etc., etc., si nadie se atreve a discrepar y a expresar sus puntos de vista.
En nuestra vida particular pasa algo parecido: ¿cuántas veces nos hemos quedado con mal cuerpo por no llevar la contraria a familiares, por no discrepar con la pareja, por no arriesgarnos a defender nuestro punto de vista en el grupo de amigos? No digo que siempre tengamos que estar porfiando, sino que es muy beneficioso para nosotros saber mantener nuestro punto de vista en situaciones en que los demás opinan de forma diferente: Si al final aceptan nuestros planteamientos nos sentiremos muy satisfechos, y si no lo hacen, al menos tendremos la satisfacción íntima de haber descubierto nuestra valentía (también resulta satisfactorio saber que somos capaces de hacerlo, independientemente de los resultados).
2. Derecho a actuar de modo diferente a como los demás desearían que
actuase
Me gusta mucho esta frase de Baltasar Gracián: "La libertad consiste en poder hacer lo que se debe hacer". En esta sociedad tan interrelacionada, en la que nuestra vida está en el escaparate de las redes sociales, todo el mundo se entera de qué hacemos, qué pensamos, a quién votamos, con quién nos relacionamos... y eso puede volverse en contra porque los partidos políticos, las grandes marcas comerciales, la empresa en la que trabajamos y cualquier otra persona / entidad que tenga relación con nosotros puede utilizar la información recogida para intentar violentar nuestros comportamientos a favor de sus propios intereses. Seguro que se te ocurren varios casos que conoces, y nos puede pasar a todos.
En esas circunstancias hay que ser muy valiente para defender
nuestra postura. Difícil, pero muy gratificante, porque la coherencia interna solo nos la podemos dar nosotros mismos y es algo que nos hace sentir tan bien que nos proporciona fuerzas para continuar. El gran Bauman lo explica mucho mejor que yo.
3. Derecho a estar triste cuando pierde algo valioso y a enfadarse cuando sufre
una agresión
De acuerdo con Aristóteles, "Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo"
Saber reconocer los propios sentimientos, aceptarlos como algo que forma parte de nuestra vida, permitirse exteriorizarlos en el momento adecuado y con la intensidad adecuada supone todo un recorrido de ensayo y error que lleva mucho tiempo. Pero el resultado es tan gratificante que merece la pena, porque la sensación de que somos dueños de nuestras vidas no tiene parangón alguno. Si te apetece echar un vistazo al enfoque que se hace desde el Análisis Transaccional sobre gestión de los sentimientos puedes leer Quiero ser feliz.
4. Derecho a elogiar y recibir elogios
Dicen que somos un país de envidiosos, y los envidiosos no elogian nunca ni saben aceptar elogios porque piensan que les están manipulando. No estoy de acuerdo, porque haberlos haylos pero afortunadamente son pocos. Estoy con Oscar Wilde: "El egoísmo verdaderamente inteligente consiste en procurar que los demás estén muy bien, para que, de este modo, uno esté algo mejor". Es una forma guasona de expresar esa idea tan antigua de do ut des y la forma moderna de win - win.
Si estamos dispuestos a elogiar es que somos capaces de reconocer en los demás buenas ideas, intenciones, comportamientos, sentimientos... y eso significa a su vez que nosotros conocemos esas sensaciones (ya sabes que nadie te puede regalar un millón de euros si no tiene un millón de euros). Así que el hecho de reconocer algo a una persona es a la vez una gratificación íntima, porque nos estamos diciendo: veo lo bueno que hay en tí porque yo también lo tengo y por eso lo reconozco. Es una preciosa forma de generar espirales virtuosas de enriquecimiento mutuo, en la que lógicamente también se reciben los elogios con la misma actitud.
5. Derecho a equivocarse en algunas ocasiones
Escuchando otra vez a Oscar Wilde: más veces descubrimos nuestra sabiduría con nuestros disparates que con nuestra ilustración.
Seguro que conoces a algún "Don Perfecto", esa persona que siempre está esforzándose al límite para que todo esté bien, para estar a la última en los conocimientos que considera importantes, para tener todos los datos relevantes en una reunión, para dar una imagen de sí impoluta y admirable.
Esas personas viven en constante tensión, y se sienten muy mal cuando se equivocan (no digamos si alguien es testigo de la equivocación). Es una postura vital perfecta si queremos hacer una cantera (piedras en el riñón, en la vesícula...) o estropearnos a conciencia cuerpo y alma.
Las personas perfeccionistas tienen que poner mucho empeño en permitirse algunos fallos, porque es una tarea difícil; a casi nadie le gusta tener que rectificar y comenzar de nuevo (repito, y menos en público).
Pero lo bueno de empeñarse en ser más benevolente consigo tiene premio: bajan los niveles de tensión y - además de ser muy bueno para el organismo - nos permite abrir la mente hacia nuevas posibilidades: ya no nos centramos en lo que está mal, sino en las nuevas vías que se nos abren ante esta nueva realidad. Y es ésa una magnífica forma de crecer y de sentirse bien. Mira qué contento estaba Edison cuando consiguió ese éxito tan perseguido.
6. Derecho a hacer las cosas de manera imperfecta
Los japoneses utilizan el término wabi sabi cuando se refieren a la belleza de lo imperfecto. Su cultura es muy diferente a la nuestra, pero me atrae ese posicionamiento porque está muy alejado del "Don Perfecto" que tanto abunda en nuestra sociedad.
La naturaleza no hace las cosas "perfectas". ¿Has visto alguna vez un puñado de cerezas que sean todas iguales? Si la respuesta es sí, me apuesto a que son de fábrica, de cultivo intensivo y agresivo para el medio ambiente. Las cerezas de verdad son diferentes en tamaño, forma, grado de maduración... y precisamente por eso son perfectas, porque no son perfectas.
¿Por qué no imitar a la naturaleza? Si sirve para lograr el objetivo (alimentarse, crecer, mejorar...) es algo perfecto. La perfección obsesiva, ingenieril, supone un extra prescindible en esfuerzos, tiempo, materias primas, energías, expectativas... que podemos dedicar a otras cosas que nos brinden mayor bienestar físico y psíquico.
En este sentido, tengo un amigo que siempre dice: "Si el cliente espera 5 dale 7; estará encantado y tú no tienes ninguna obligación de darle 10, porque te agotarás enseguida y el día que no puedas darle 10 te abandonará". Me parece un buen enfoque para no agotarse exigiéndose siempre el máximo. ¿De verdad es necesario? Seguro que se puede llegar a un equilibrio entre lo que yo puedo / quiero hacer y las expectativas del interlocutor, es cuestión de negociar las expectativas :-)
7.Derecho a no saber algo
Me apunto a la frase de Descartes: Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro.
En nuestra sociedad es preciso tener un aceptable bagaje de conocimientos para conseguir un trabajo digno, y eso requiere esfuerzo. Pero no significa que tengamos que estar siempre preocupados por saber todo de todo. Tengo un buen amigo a quien llamo Búho y también Alejo, porque es una persona sabia. Pero tienes que reconocer conmigo que eso no es lo habitual. Lo habitual es que ignoremos un montón de cosas. Cómo vivimos nuestra ignorancia nos puede proporcionar más o menos niveles de bienestar.
Descartes se pasó la vida buscando, descubriendo y aprendiendo, así que se entiende muy bien su frase. Pero nosotros los mortales podemos complicarnos la vida si nuestro afán por saber nos lleva demasiado lejos.
Especialmente hoy, con el apoyo de las redes sociales, es muy fácil acceder a conocimientos que antaño nos estaban vedados. (Y yo además tengo acceso a Búho - Alejo, estoy enchufada). Así que no compensa dedicar horas y horas para saberlo todo; podemos aprender cada día muchas cosas, pero eso no significa que tengamos que dedicar esfuerzos diarios denodados a aprender de todo.
No os preocupéis, cuando realmente necesitéis saber de algo seguro que encontráis la vía para lograrlo. Mientras tanto, podéis utilizar todo ese tiempo precioso en disfrutar de la vida. ¿Qué tal una lectura gratificante, un paseo por la naturaleza, una reunión con los amigos, una sesión de yoga, una tarde de tirolina...? Dedicarse ratitos para el propio placer alarga la vida y además la hace más grata. Hazme caso, no quieras saberlo todo.
8. Derecho a decidir la importancia que tienen las cosas
Me gusta la reflexión de Stephen Hawking: Solo somos una raza avanzada de primates en un planeta menor de una estrella ordinaria. Pero podemos entender el universo.
Podemos intentar emular a este científico para conseguir la flexibilidad mental que nos permita decidir si ahora toca vernos a nosotros mismos como un habitante intrascendente de un lugar intrascendente o bien como una persona capaz de hacerse planteamientos elaborados y comprender la complejidad.
Dicho así suena muy solemne, pero en nuestro día a día también podemos aplicar este principio, porque cuando las prioridades están claras resulta más fácil decidir. Existen muchas variables que nos ayudan o dificultan a definir prioridades, pero un aspecto importante es tener clara la escala de valores. Cuando hemos conseguido elaborarla adecuadamente y además nos comprometemos a revisarla periódicamente tenemos mucho ganado, porque es el espejo en el que vamos a ir reflejando los acontecimientos para poder responder de la forma más coherente. Y eso da mucha tranquilidad. (Puedes echar un vistazo al artículo Lánzate)
9. Derecho a estar alegre cuando obtiene un éxito.
¿Por qué a veces nos da vergüenza reconocer en público que
hemos triunfado? Es muy conveniente para nosotros y para los demás,porque, como dice Joseph Addison: La alegría es, ante todo, fomento de la salud.
Reconocer los éxitos propios y disfrutarlos es una grata experiencia que ayuda a recuperar fuerzas para seguir avanzando. Puede que nos dé un poco de miedo por si alguien pudiera interpretar mal nuestra alegría (ay, otra vez los envidiosos), pero eso se puede gestionar explicando por qué estamos felices y cómo hemos llegado a ese punto: dedicación, dificultades, errores... en unas pocas frases breves se puede ofrecer una panorámica del entorno en el que se fraguó nuestro éxito, y eso ayuda a que los interlocutores puedan valorarlo basándose en "datos objetivos" más que en sus propios sentimientos.
Y tiene otra ventaja añadida: la alegría es contagiosa. Siempre habrá quien decida probar nuestras recetas para conseguir su propia alegría.
10. Derecho a cambiar de opinión
En el siglo XVII, Guillén de Castro escribía en Las mocedades del Cid:
Esta opinión es honrada.
Procure siempre acertalla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella y no enmendalla.
Ya os podéis imaginar lo que acarreaba el "no enmendalla": aceptar un reto con riesgo de muerte. Y aún hay personas hoy en día que actúan exactamente como aquellos hidalgos...porque consideran que pierden credibilidad si se desdicen. Lástima, porque esa postura es una fuente de estrés que obliga a poner en marcha la disonancia cognoscitiva . La buena noticia es que con un poco de autoanálisis se puede superar esa presión y animarse a cambiar de opinión.
Otro caso que se puede presentar es que estemos hablando de alguien que no cambia de opinión porque solo tiene una (o unas pocas). Como dice Concepción Arenal: quien discurre con pocas ideas es fácilmente avasallado por una.
En esta situación solemos encontrarnos a fanáticos de todo tipo, desde quien se engresca a golpes por defender a su equipo de fútbol hasta quien nos retira la palabra porque no votamos a su partido político. Cuando tenemos que trabajar con alguien así resulta muy difícil avanzar si esa persona no consigue comprender otros planteamientos diferentes al suyo. En casos así, salvo que sea imposible hacerlo, lo mejor es apartarse de esa persona hasta que haya crecido lo suficiente como para ser capaz de admitir un debate abierto que enriquezca a ambas partes.
Porque, al fin y al cabo, yo me permito cambiar de opinión para ir mejorando como persona. Y deseo tener a mi alrededor a personas que también se van superando, porque seguro que nos ayudaremos mutuamente y así podremos juntos ejercitar estos 10 derechos de los seres humanos auténticos.
¿Estás de acuerdo?