Cuentan que una pequeña aldea vivía atemorizada
por una serpiente que atacaba a todos los viandantes que pasaban por sus
caminos. Los aldeanos, cansados de la serpiente, decidieron acudir al sabio de
la aldea para que hablase con la serpiente y dejase de atacarles.
El sabio habló con la serpiente y consiguió
convencerla para que dejase pasar a los aldeanos por los caminos sin atacarlos.
Pasado un tiempo, el sabio se encontró
nuevamente con la serpiente. Estaba en muy malas condiciones, tenía un ojo
morado y magulladuras por doquier.
"¿Qué te ha pasado"? le preguntó el
viejo sabio.
"¡Ay, viejo sabio!" respondió la
serpiente, "mira lo que me han hecho tus aldeanos al dejar de
atacarles"
El viejo sabio le respondió, "Yo te dije
que no les atacases, pero no que no silbases"
¿Tú que haces normalmente? ¿Muerdes, te callas o silbas?
Cuando alguien muerde aleja a los demás , porque tarde o temprano todo el mundo procurará alejarse de su presencia. Morder puede ser muy cómodo desde cierto punto de vista, porque así los demás no molestan. El problema es que, salvo que se sea como Simón el Estilita, en algún momento necesitará la compañía y el calor de esas personas a quienes ha alejado. Seguro que conoces a alguien que te agredía con su forma de hablar, o solo se te acercaba cuando ella te necesitaba, o te hacía desplantes delante de los demás, o se aprovechaba de ti siempre que podía.... Y es muy probable que le hayas retirado el saludo o al menos tengas algunos trucos para apartarte de ella siempre que te sea posible.
Bueno, pues entonces podemos hacer como hizo la serpiente de la fábula: callarse. Cuando alguien se calla puede resultar una compañía deseable. Seguro que conoces a alguien que no habla por no molestar: permite que otras personas decidan por ella, acepta sin rechistar trabajos extra, en casa hasta el gato tiene más autoridad, nunca se ha peleado con un vecino... Todo el mundo acepta a esa persona y se cuenta con ella en múltiples entornos.
A priori parece una buena forma de convivir, pero a medio plazo puede resultar lesiva: como a nuestra buena serpiente, nadie la tendrá en cuenta porque sus necesidades siempre quedan en segundo término; es más, incluso es posible que ni siquiera se conozcan.
Callarse supone que muy a menudo los demás nos ninguneen, abusen de nuestra buena fe, nos exijan más o menos disimuladamente esfuerzos extra, nos adjudiquen responsabilidades ajenas y otras muchas formas de avasallamiento que nos irán pasando factura. Como nuestra pobre serpiente, acabaremos llenos de roces y magulladuras.
Cuando alguien silba avisa a los demás de su presencia. Es un claro mensaje de "estoy aquí, házme caso, no me trates mal porque yo también puedo hacer daño; y no quiero entrar en ese juego que es malo para ambas partes". Hay silbidos armoniosos y silbidos amenazantes, suaves y armónicos o estridentes y malsonantes. Cada uno tiene su silbido, y lo importante es utilizarlo. Con el tiempo, como un niño que aprende a tocar la flauta, iremos encontrando el tono, ritmo y volumen más adecuado para relacionarnos con los demás y transmitirles esa idea básica de te respeto y espero que me respetes. Y con el tiempo, igual que el niño se convierte en un virtuoso flautista, seremos capaces de amoldar nuestro silbido a la persona y el contexto en el que nos estemos relacionando.
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