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Si miras la imagen verás la última perla que he descubierto: ¿cómo se las arreglará el restaurador para atender simultáneamente a dos colectivos tan dispares como "grupos" y "arroces"? Esa pregunta sin respuesta me ha empujado a pergeñar el cuento Arroces enfadados. Espero que lo disfrutes :)
Es una fecha señalada y para celebrarla acuden al restaurante diferentes personajes. En primer lugar se presenta un grupo de amigos, a quienes el restaurador coloca en una mesa central preparada al efecto. De esta forma podrá atenderles cómodamente y además los clientes tendrán suficiente espacio para sentirse cómodos.
Seguidamente entran en el local otros clientes, arroces que acuden cada uno por su lado después de haber leído el prometedor anuncio: "seguro que aquí me atenderán muy bien", pensaba cada uno de ellos, "y tendrán en cuenta mi categoría para colocarme en la mejor mesa del restaurante. Desde luego, mi importancia es muy superior a la de esa caterva de comensales ruidosos que ocupan el centro del local".
El restaurador les va acomodando en diferentes mesas y los arroces se van sentando con cara de pocos amigos. No pasa mucho tiempo hasta que...
El Arroz a la Cubana, muy enfadado, se dirige al restaurador y le increpa en voz alta de esta guisa:
"¿Cómo se atreve a colocarme en esta mesa tan arrinconada? ¿Es que no conoce el protocolo de un restaurante digno? Pues para que lo sepa, un Arroz a la Cubana tiene absoluta preferencia sobre cualquier otro comensal - incluido el grupo que tiene sentado en el centro del local - , puesto que representa la fusión de varias culturas.¡Así que hágame el favor de colocarme en una mesa central!"
El Arroz a Banda, al oír ese reproche a gritos, se siente vejado a su vez e irrumpe airadamente:
"¿Cómooooo? El Arroz a Banda, es decir, yo, tiene preferencia absoluta porque represento la diversidad, ese concepto al que las personas civilizadas dan tanta importancia en nuestra cultura. Así que ¡haga usted el favor de colocarme en una mesa central!"
El Arroz a la Paella, lívido de enojo, tercia airadamente:
"¿Qué estoy oyendo? Acaso no sabéis que el Arroz a la Paella, o sea, yo, ha sido proclamado una de las 7 maravillas gastronómicas para presentar a la UNESCO como patrimonio inmaterial de la humanidad? ¿Cómo osáis? ¿Cómo se os puede pasar por la cabeza competir conmigo? ¡La mesa central es mía!"
El Rissotto de Setas, a su vez, levanta la voz tanto como puede y vocifera:
"Yo estoy contribuyendo a que la humanidad aprenda a comer de forma equilibrada y respetando a la vez el medio ambiente, porque ensalzo alimentos vegetales nutritivos y asequibles; ¿cómo vais a compararos conmigo? ¡Exijo una mesa central!"
El Arroz Verde, a su vez, no se priva de dar su opinión a gritos:
"¿Qué estás diciendo, Rissotto? Esa labor la hago yo mucho mejor que tú, porque cumplo ese mismo objetivo y además ofrezco un delicado color muy sugerente que estimula los sentidos; consigo que los ojos se enamoren de mi apariencia y así las papilas gustativas entren en acción enseguida; de modo que no hay duda: ¡me merezco una mesa central!"
El Arroz Blanco, que hasta el momento había estado escuchando estupefacto, cree llegado el momento de intervenir, y con un vozarrón sorprendente para su envergadura proclama a grandes voces:
"¿Pero qué tonterías estáis diciendo? Acaso no sabéis que una parte muy importante de la humanidad se alimenta básicamente de Arroz Blanco? ¿Qué sería de tantas personas si yo no estuviera presente en sus vidas? ¿Acaso creéis que millones de personas pueden permitirse el lujo de disponer de los ingredientes que vosotros exigís para sentiros bien cocinados? Yo, en mi humildad, soy quien hago más por la vida: solo en Asia, más de 2.500 millones de personas se alimentan básicamente gracias a mí. ¿Quién da más? ¿Os queda claro que la mesa central ha de ser para mí?
Todos exigiendo, gritando, peleando entre ellos e increpando al restaurador, montan tal guirigay que el grupo que ocupa la mesa central contempla el espectáculo con el cubierto en suspenso camino de la boca abierta. Jamás habían visto tal cantidad de arroces enfadados. Es una situación tan anómala, desagradable y desafiante que deciden que no merece la pena seguir comiendo si tienen que soportar aquél infierno.
Así que el grupo se levanta y se encamina a la puerta sin haber terminado su comida (y sin abonar la cuenta, en esos momentos solo piensan en escapar del suplicio). Una oportunidad de compartir mantel, bromas y confidencias que se ha echado a perder irremediablemente.
El restaurador no da crédito a sus ojos. En cuestión de unos minutos ha perdido a un grupo de comensales, tine una barahúnda en el local, todos los arroces están enfadados a tope, está claro que tampoco ellos pagarán la cuenta... el material y el trabajo de un día echado a perder.
Todo eso sin contar con el descrédito que el hecho supondrá para su negocio. ¿Cuántos más grupos, cuántos más arroces acudirán a comer a su restaurante? Ve cómo el oscuro velo de la ruina comenzará próximamente a envolverle y un sudor frío cubre su cuerpo.
Ahí dejamos al restaurador, inmerso en sus funestas predicciones. Y luego dicen que la redacción es cosa de plumíferos y no tiene mayor importancia en el día a día de un negocio... ¿Cómo crees que redactará su próximo anuncio?
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